A menudo oímos a la gente decir: pero la agricultura orgánica también usa pesticidas…

La agricultura orgánica actúa en la medida de lo posible en la prevención para luchar contra las enfermedades y las plagas favoreciendo técnicas como el uso de variedades de semillas específicas, la rotación de cultivos, la labranza, la desherbadura térmica…

Sin embargo, sucede que en caso de amenaza comprobada, los agricultores orgánicos pueden utilizar «plaguicidas», pero las sustancias utilizadas en la agricultura orgánica son todas naturales, de bajo residuo y se degradan más rápidamente que los productos sintéticos bajo el efecto de la lluvia, la luz y el calor (por ejemplo, estiércol de cola de caballo, estiércol de ortiga o de helecho, etc.).

No se autorizan los pesticidas químicos sintéticos.

Sin embargo, puede regularse el uso de productos autorizados para la agricultura ecológica, ya que algunos deben utilizarse con precaución y moderación porque no están exentos de efectos indeseables para la biodiversidad, como el pelitre, el azufre o el cobre.

En la actualidad, 35 sustancias activas poco preocupantes están aprobadas para su uso en la agricultura orgánica en virtud del reglamento europeo que rige la agricultura orgánica.
También se benefician de una autorización de comercialización expedida por la Agencia Nacional de Sanidad, Alimentación, Medio Ambiente y Seguridad Laboral (ANSES).

A saber: en la agricultura orgánica, no se autorizan herbicidas para controlar las malas hierbas no deseadas – se utilizan métodos mecánicos como el rastrillo y el azadón.

Agricultura orgánica vs. agricultura convencional

La agricultura biológica es un método específico de producción agrícola que garantiza tanto el respeto al medio ambiente como a la salud humana y animal, a través de un conjunto de especificaciones de alto nivel.

En la agricultura convencional, las sustancias químicas (pesticidas, fungicidas, etc.) se utilizan con mayor frecuencia para controlar las plagas y aumentar la producción.

Sin embargo, se sabe que esas sustancias son responsables de muchas enfermedades y cánceres (debido en particular a los disruptores endocrinos en el agua y el aire), y perjudican gravemente la biodiversidad natural, que es esencial para mantener la producción sostenible de alimentos y el equilibrio de los ecosistemas.